En el cristianismo, un obispo (del latín tardío episcŏpus, y este del griego ἐπίσκοπος epískopos; literalmente ‘inspector’, ‘supervisor’[1]) es el prelado superior de una diócesis, al que se le ha conferido supervisar a una congregación, a los pastores o a los sacerdotes, según el caso, de un territorio determinado.
Las Iglesias católica, ortodoxa, anglicanas y algunas luteranas afirman que la sucesión apostólica se mantiene mediante la ordenación de obispos de forma personal e ininterrumpida desde los tiempos de los apóstoles. Esto es, los apóstoles ordenaron a obispos, los cuales de forma ininterrumpida han seguido ordenando nuevos obispos hasta hoy.
En la Iglesia católica es un presbítero que lleve, al menos, cinco años ordenado, y que recibe el sacramento del orden sacerdotal en su máximo grado, que es el episcopado (del latín episcopātus). Considera al obispo como el miembro de la Iglesia que ha recibido la plenitud del sacerdocio ministerial por el sacramento del orden, sucesor de los apóstoles y pastor encargado del gobierno de una diócesis; en virtud de la colegialidad, comparte con el papa y con los demás obispos la responsabilidad sobre toda la Iglesia católica.
En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, un obispo es el líder de una congregación local (conocida como barrio) con responsabilidades similares a las de un pastor, sacerdote, o rabí. Esta posición no es remunerada.[2]
Desde un punto de vista etimológico, el obispo es aquella dignidad eclesiástica encargada del control y vigilancia del cumplimento de las leyes de la Iglesia católica o del derecho canónico en el territorio de su jurisdicción o diócesis. Los obispos poseen símbolos distintivos que muestran su dignidad. En el catolicismo, usan vestiduras de color púrpura, un anillo y una cruz. En las ceremonias solemnes, llevan la mitra y el báculo pastoral. El papa, pastor de la Iglesia católica y cabeza del colegio episcopal, es al mismo tiempo el obispo de Roma.